Nuestro contrato de amor con el mundo

Yo también quise salvar a mis padres.

Conocí a mi hermano mayor cuando yo tenía 5 años. 

Viví toda mi infancia notando que algo doloroso ocurría con mi padre y aunque sabía que me amaban, algo no andaba bien. 

En el alma de los niños, no cabe el sufrimiento de los padres. Su mente lógica y tan justa asume que, si los padres no están bien, ellos serán el motivo.

Crecí con el convencimiento que era la culpable de haberles quitado el padre a mis cuatro hermanos. Y el precio era que no quisieran saber de mí. Ser invisible para ellos.

En la infancia preferimos sentirnos culpables que sabernos sin poder para modificar las cosas. Me convertí en una niña que llamaba la atención constantemente. Ser visible en todo momento fue mi estrategia por seguir estando en medio y salvar a mis padres de su propio dolor. 

Era mejor ser culpable que no ser nadie. 

Así que en algún momento de nuestra infancia tuvimos que cerrar un trato con nosotras mismas para seguir perteneciendo, como si de alguna manera le dijéramos al mundo: si para mí no fue fácil, tampoco lo va a ser para ti. 

Muchas veces vemos en terapia como detrás de la persona adulta hay una niña o un niño pidiéndole al mundo que le devuelvan la inocencia que perdió. Aquello que se nos quitó en la infancia lo exigimos en la pareja, en los hijos, en el trabajo.

Y aunque volver a esos escenarios es doloroso, puede significar el comienzo de un camino de vuelta a casa.
Un camino donde salvarte tu.

 

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